O Jesús o Jesús

Así de claro. No se nos ha dado otro nombre ni otro camino. Como él mismo dijo a sus amigos en la cena: ?Nadie va al Padre si no es por mí?. Por tanto, lo siento mucho, amigos de la tolerancia mal entendida, pero… no hay tolerancia con el error cuando es la vida lo que está en juego. ¡Tranquilos! Para los que nos equivocamos hay mucho más que tolerancia, gracias a Dios, hay amor y misericordia infinita. Pero no, no y no. No es cuestión tan solo de ser buena persona, ni de buena voluntad; es cuestión más bien de acertar con el camino que conduce a donde uno quiere ir.

Para nuestra mentalidad contemporánea tan buenista y fragmentada, para nuestro modo de vida tan líquido e inconsistente, para nuestra sociedad tan poco amiga de lo absoluto y definitivo, la palabra que meditamos hoy nos resulta especialmente incómoda; es una palabra que provoca porque exige de nosotros una decisión. Al hombre de hoy le parecen exageradas las disyuntivas en las que no cabe posponer la toma de decisiones. Preferiríamos poder permanecer eternamente niños antes que afrontar las grandes decisiones, los retos de la vida. En el fondo porque en cada decisión estamos decidiendo ser la persona que seremos, estamos eligiendo ser esta persona concreta que elige este determinado camino. Este es el sentido dramático de nuestra libertad. Estamos puestos en manos de nosotros mismos y somos responsables de nuestro propio destino. En esto consiste lo que algunos han llamado ?el bautismo de la decisión?. La vida es un camino lleno de encrucijadas y no se puede caminar simultáneamente por dos caminos divergentes. Elegir un camino es rechazar el otro. Hoy, Dios nos habla de una alternativa que además tiene una dificultad añadida: de ella pende todo. Hay que elegir un camino u otro. El camino del bien o el camino del mal. El camino de la bendición o el camino de la maldición. El camino de la vida o el camino de la muerte. Cuál es ese camino de la vida y del bien que Moisés señalaba a su pueblo. Es el que se recorre escuchando y obedeciendo a la voz del señor. Observando sus mandatos y preceptos.

La promesa de Dios no es precisamente pequeña. La promesa es la felicidad eterna y la fecundidad abundante y duradera: dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Para los cristianos esta obediencia a Dios ahora se concreta y se hace visible en el seguimiento de Cristo. Él es la ley nueva, definitiva y personal; por eso él invita a todos a escoger el sendero de la vida que es el camino que él mismo va abriendo por delante y que nos  lleva a la vida.

El camino lleva a la vida, a la gloria, pero pasando antes por la cruz. Este es el gran escándalo. La gran piedra de tropiezo para los hombres de todos los tiempos. Llama a la atención que Jesús se dirija a todos y sin embargo su invitación sea ya para un público objetivo menos numeroso: ?si alguno quiere venir en pos de mí ?. Una vez más Jesús invita, pero no obliga. Tampoco engaña ni disimula la dureza del camino ni la altura de su propuesta. Habla claramente de su pasión, de su muerte y de su resurrección. Si Jesús fuera hoy a pedir asesoramiento a cualquier agencia de marketing seguro que le sugerirían no ser tan claro y tan directo en su mensaje. Así no vende. Porque también hoy sigue siendo una pretensión extraordinaria la propuesta de Jesús: ?que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga ?. Pero ¿no resulta insoportable este lenguaje? ¿Qué quiere decir este negarse uno a sí mismo? Durante muchos años se ha malinterpretado está expresión por parte de algunos, que entendían aquí que Jesús pedía que el hombre se hiciera daño a sí mismo, se minusvalorará, o que simplemente se hiciera de menos a sí mismo. Pero no es este el sentido de las palabras de Jesús. Más bien es una invitación a no querer uno salvarse a sí mismo con sus propias fuerzas o sabiduría, sino dejar a Jesús que sea él nuestro salvador. Esto es lo que significa cargar con la cruz cada día y seguirle: experimentar que en el misterio de la cruz hay una fuerza y una sabiduría escondidas y que sólo se hacen patentes y eficaces en quien se adhiere a Cristo. Con una imagen muy sencilla se puede decir que cada uno de nosotros somos un vagón de tren, incapaz de avanzar por sí mismo, que tiene que ser arrastrado por el anterior, y ese a su vez, por otro anterior a él, hasta llegar a uno que hace de cabeza tractora. Pues bien, el que va a la cabeza de este tren – Iglesia es Jesús, su cruz es el ?enganche? por medio del cual todos los vagones de este tren quedamos inseparablemente unidos unos a otros, tanto que somos arrastrados hacia adelante y podemos avanzar por la vía.

Una vez le oí a un obispo una anécdota de su último encuentro con san Juan Pablo II. Éste le dijo: ?no tema abrazar ninguna cruz?, pero inmediatamente y con voz potente añadió: ?pero ¡no se le ocurra abrazar una cruz sin Cristo!?. Así es, cuando en la encrucijada de la vida aparece el via crucis, el camino de la cruz, sabemos que debemos elegirlo porque es el que lleva a la vida verdadera pero también sabemos que no podemos recorrerlo sin elegir a Jesús. Por eso si queremos no perdernos ni arruinarnos a nosotros mismos, si queremos no perder la vida, elijamos a Jesús. En realidad, no hay elección: o Jesús o Jesús.