Cristo ha puesto el lenguaje humano boca abajo, y también las relaciones sociales, y el orden habitual, todo, desde la cruz todo ha quedado en el mundo boca abajo. ¿No hacen eso los niños cuando juegan, que bajan la cabeza y ven entre sus piernas que todo se queda de repente del revés? Así ha hecho el Señor desde que subió a la cruz. Nuestro Señor debe sorprenderse tristemente de que tantos siglos de evolución nos hayan servido para poco. El ser humano que nació de sus manos sigue creyendo que quien tiene poder y reconocimiento es mayor que quien vive en el silencio de sus pequeñas obligaciones. Que las dos carreras de ciencias hacen al hombre más sabio y más digno que la pericia del anciano, que silba mientras ayuda a su nieto a ponerle pilas a un dinosaurio de goma. No podremos olvidarlo nunca, el Señor ha subido hasta un lugar de suplicio. No es que haya descendido hasta el dolor, es que ha subido hasta allí, como el lanzador de jabalina alcanza la posición más alta del podio para que le cuelguen una medalla de oro.

Así ocurre con los enfermos que conocemos. Cada día ascienden desde su dolor a una nueva condición humana en la que son capaces de descubrir el océano inmenso de su espiritualidad desnuda. Nada es más escandaloso que esto, nada más verdadero: el dolor y la muerte son nuestro ascenso al territorio divino. El dolor retira la salud del hombre como hace la marea en su reflujo, dejando suspendidas en la tierra húmeda las verdaderas pertenencias de la orilla. Queda sólo entonces lo valioso, ya sólo Dios y él? nadie más? nada más.

Qué bien entendió todo esto Simone Weil. Según la filósofa francesa la realidad sobrenatural de Cristo se manifiesta más en el sudor de sangre que en la capacidad de curar enfermos o resucitar muertos. Se expresa con toda su divinidad en ese deseo infinito de consuelo humano. Como cuando la víspera del tormento de la cruz dijo a los suyos ?velad conmigo?. Me ocurrió hace un par de días. Me acerco al lecho de una enferma, una mujer de fe que pide diariamente la comunión mientras un cáncer la está devastando por dentro. En un instante de confidencia me dice llorando, ?Dios me ha abandonado, se ha quedado lejos?. En ese instante no puedo callarme la única verdad que puede consolarla de verdad, ?¿sabes?, el Señor ha usado tus mismas palabras, las que me acabas de decir, para convertirlas en una oración?. Aquí también Simone Weil estuvo inmensa, ?el Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado es quizá la prueba fehaciente del origen divino del cristianismo?. Porque, ¿a qué Dios se le puede ocurrir llegar hasta nuestro corazón haciéndose frágil? Es impensable.

Bienvenidos a esta locura de la cruz. Dejemos que los listos, los entendidos, quienes tienen posibilidades en la vida, se entretengan con el neón de las apariencias. Sólo cuando le sobrevenga un dolor, aunque sea muy pequeño, podrán empezar a preguntárselo todo. Entonces se les cambiará verdaderamente la voz, como a los adolescentes. El 2 de junio de 1969, Alejandra Pizarnik escribió en su Diario: el grito de una criatura humana encuentra su verdadera voz en su noche oscura del alma. El ser humano recupera la voz perdida en el dolor. Sólo se reconoce a sí mismo en el escándalo físico y metafísico de tener que sufrir y morirse, como le pasó a nuestro Señor?