“Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús”. No sabían cómo acallar esa revolución silenciosa que estaba estallando delante de sus ojos. Jesús corría peligro evidente, estaba metido en la boca del lobo. Pero este cordero inocente podía derrotar incluso a la misma muerte con la fuerza invencible de su amor.

Pero Jesús no se deja llevar por el miedo. Los fariseos buscaban que hiciera una curación en sábado para poder acusarlo y por eso mismo Jesús no tuvo ningún problema en curar en sábado a sabiendas de que lo acusarían. Porque para Jesús es más importante curar a quien lo necesita que salvar el pellejo propio.

Este es el gran contraste que aparece en los pasajes del Evangelio que protagonizan los fariseos. Se sienten tan defensores de la ley que la ponen incluso por encima del bien de una persona realmente necesitada. No hay lugar para la compasión. Lo único que les importa es la letra de la ley, pero no tanto la mente del legislador, en este caso el corazón de Dios que está siempre desbordado de amor.

Llama mucho la atención que Jesús le pidiera al hombre que se ponga en el centro. En definitiva nos está señalando que en el centro, en el lugar más importante y prioritario de todos, Jesús ha querido poner al necesitado. Al mirar a todos los espectadores de aquel hecho extraordinario, Jesús quiere decirles algo sin necesidad de pronunciar palabras. Es como si les interrogara diciendo: “¿comprendes lo que hago?”.

Cuando Jesús le pidió al hombre que extendiera el brazo él lo hizo sin demora, con confianza. Y es como si Jesús nos dijera a cada uno de los que estamos alrededor de él: “Haz tú lo mismo, muéstrame aquello que hay en ti y está necesitado de curación , aquello que hay en ti y está necesitado de salvación”. Porque  para Jesús es más importante todo lo nuestro que la ley, el sábado, y cualquier otro cosa de este mundo.

Ahora nosotros también estamos llamados a llevar esta alegría a tantos corazones que la necesitan. Como dice San Pablo en la primera lectura: “Dios ha querido hacernos ministros de su evangelio”, que es una buena noticia para todos los necesitados, los que están enfermos en el cuerpo o en el alma. Y en nuestra entrega no debemos tener medida; evangelizar debe ser nuestra pasión y así cooperaremos en la obra de la redención del mundo. Como dice San Pablo: “completo en mi carne lo que resta a la pasión de Cristo por su Iglesia”.

Este es el deseo de Cristo: una Iglesia donde el amor y la comprensión están por encima de la ley y el cumplimiento.